Por: Casandra Ruiz Caro
…Y es que la vida no siempre es tan favorecida como uno
quisiera, Evgeny soñaba con llegar alto, con llegar hasta las estrellas y tocar
la luna y el sol, pero ahora sólo tenía esto: un pequeño apartamento en una de
las callejuelas más olvidadas de París. Hoy, como cualquier otro día, sus pies
le habían llevado al Bois de Boulogne; aún faltaba para anochecer pero sabía
que allí la encontraría, su alma vendida por treinta monedas de plata, pero
valía la pena, siempre valdría la pena.
Caminaba por entre los viciosos que ya a temprana hora
asomaban por entre los árboles sus rostros blancos, demacrados; Evgeny sentía
entonces que caminaba en un camposanto, uno en el que los espectros vagaban de
lado a lado con plena libertad y le llenaban el pecho de tensión y angustia. Se
vio de pronto como el caballero en blanca armadura y blanco corcel, que debía
atravesar toda clase de peligros para llegar hasta la princesa… hasta su musa.
Al dar la vuelta en uno de los caprichosos senderos del
bosque, su vista por fin le dio alcance. Allí estaba, tan bella como siempre,
su rostro sonrosado contrastaba con las pieles pálidas de quienes se
encontraban a su alrededor, sus labios carmesí temblaban un poco al reír
mientras que los que había visto en todo el camino no pronunciaban más que una
mueca de inutilidad y dejo; si, ella era su musa, su diva, su mujer siempre que
tenía el dinero suficiente, su Helena, no, su Venus. Ahora ella le miraría y
sonreiría a lo lejos… lo hizo, pero Evgeny no tenía ni un céntimo en el bolsillo
que le pudiese ayudar, así que se sentó al pie de un arbolito ligero y sacó su
block y sus carboncillos.
Evgeny había nacido en el seno de una familia con apellido
ilustre; los Lucca eran los más reconocidos en toda Italia y él, el joven de
oro, como le decían, había mostrado sus talentos plásticos desde que el mundo
vio sus doce primaveras, aunque después algunos insistirían que fue a edad más
temprana; desde este momento, se había dedicado sin descanso a copiar mesas,
sillas, frutos y finalmente, hermosos paisajes que eran los que regirían su
vida hasta partir. A los dieciséis, cuando sintió que tenía el mundo a sus
pies, salto del nido y tuvo el placer de estudiar con los mejores del país en
Roma, Nápoles, Venecia; para cuando tuvo diecinueve el chico poseía los
paisajes más bellos de Italia en su block de dibujo. Fue entonces cuando su
tutor del momento, Antioninni, le convenció de que, si quería llegar a ser el
mejor, fuera a Francia, a estudiar en los talleres parisinos, pero antes de su
partida, le hizo una recomendación: “Ahora que intenta usted volar con propias
alas, un consejo, mi joven camarada: nada de mujeres. Recuerde, las mujeres son
la ruina de los artistas; cuando no significan su muerte, les vacían el alma y
el bolsillo durante más o menos tiempo. Este es el momento en que necesita toda
la voluntad y todas las energías y no tiene derecho de perder ni siquiera una
hora”. El chico asintió a todo y partió, sintiéndose seguro de que ninguna
mujer se colaría en sus ojos, pues su cerebro sólo tenía espacio para los
espléndidos paisajes que encontraría y los nuevos mundos que podría contemplar.
La Francia de ese tiempo estaba llena de grandes hombres, y
él no tardó mucho en hacerse de amigos y participar en las tantas tertulias que
tenían cabida en los diferentes cafetines de Paris. La gente que conoció cambio
la forma en que el joven de oro veía la vida y, fue mientras estaba allí, que
se entero de que su gran ídolo desde que tenía uso de razón, había muerto. Ya
se sabía desde principios de abril, que el pintor estaba muy enfermo, pero fue
el día diecisiete, cuando resonó por todo el continente el hecho de que,
Francisco José Goya, había dejado de existir en la madrugada del día anterior.
Evgeny se sintió deprimido por primera vez en mucho tiempo y sus amigos, para
“ayudarle” a levantar el ánimo, le llevaron al Troc-opium, un horrible lugar a
la entrada de un bosquecillo.
El muchacho estaba cansado de todo, y se dejó conducir hasta
la entrada. Este fue el primer momento en que probó el opio, si bien antes ya
había experimentado algunas cosas, el opio le arrastró sin remedio, al grado de
que tenía que ir al Troc-opium al menos una vez a la semana, dejando allí todo
lo que su renta le daba.
Poco a poco se fue relacionando más y más con la zona,
algunas tardes recorría los diversos senderos del Bois de Boulogne y se
regocijaba al perderse y dibujar sus paisajes boscosos, pero cayó en, como
diría Antioninni mas tarde, el peor de los errores. Había todo tipo de gente
viciosa en ese lugar, y todo tipo de mujeres para satisfacerlos; fue una de
ellas la que llamó poderosamente la atención del muchacho: Lys. El nombre le
remitía a los lirios que yacían sobre la tranquilidad de algún lago de su
juventud. Se obsesionó con ella, rápidamente la hizo su favorita y, lo que no
gastaba en opio, lo gastaba en ella, la bella mujer de cabello de fuego y ojos
de mar.
Lyssett era una mujer hermosa sin duda, tan hermosa que
recibía a diario proposiciones de hombres con vidas muy holgadas, pero ella no
dejaría su trabajo, lo amaba, y amaba a todos los que la amaban por ello. La
flor de la Maison Derrière era mala, pero era muy buena para ser mala, seducía
a todos los hombres que se le acercaban, con sus movimientos refinados y
amañados por tanto tiempo en la profesión.
La primera vez que Lys se topó con Evgeny, no vio nada en él
fuera de lo común, sólo otro chico que quedaría impávido ante la silueta de sus
veintiocho años. Definitivamente tenía razón, y en poco tiempo se ganó un
cliente asiduo y más dinero para sus cuentas. De hecho, le veía tanto que se
acostumbró a vivir bajo su mirada; algunas veces, le sentía en su alcoba, tras
la ventana, observando paso a paso como llevaba a cabo el ritual del amor con
su cliente de ocasión. Si, a Lys le gustaba ser mirada, pero aún más ser admirada
y eso era lo que recibía del muchacho, veneración absoluta. Varias veces la
sorprendió al alquilarla sólo para desnudarla y dibujarla en poses que ella
creía imposibles.
La mujer jamás pensó encontrarse algo nuevo a su edad, pero
el chico la envolvía por la novedad de las locuras que se le ocurrían. Incluso
después de que le confesó no tener más dinero ella aceptó seguir posando para
él.
Un día, en que salía de su apartamento, recibió otra carta.
Ya había recibido varias con ese mismo sello, el de la familia Lucca; era su
padre quién le mandaba a llamar para que diese cuenta de la clase de vida que
estaba llevando. Sabiendo de antemano que su padre lo desheredaría si supiese
lo miserable de su vida actual, había sistemáticamente ignorado las notas, pero
esta era distinta, hablaba de un viaje, el viejo se acercaba a Francia y el no
tenía escapatoria; y es que la vida no siempre es tan favorecida como uno
quisiera, Evgeny soñaba con llegar alto, con llegar hasta las estrellas y tocar
la luna y el sol, pero ahora sólo tenía esto: un pequeño apartamento en una de
las callejuelas más olvidadas de París. Hoy, como cualquier otro día, sus pies
le habían llevado al Bois de Boulogne; aún faltaba para anochecer pero sabía
que allí la encontraría, su alma vendida por treinta monedas de plata, pero
valía la pena, siempre valdría la pena.
Al dar la vuelta en uno de los caprichosos senderos del
bosque, su vista por fin le dio alcance. Allí estaba, tan bella como siempre,
su rostro sonrosado contrastaba con las pieles pálidas de quienes se
encontraban a su alrededor, sus labios carmesí temblaban un poco al reír
mientras que los que había visto en todo el camino no pronunciaban más que una
mueca de inutilidad y dejo; ahora ella le miraría y sonreiría a lo lejos… lo hizo,
pero Evgeny no tenía ni un franco en el bolsillo que le pudiese ayudar, así que
se sentó al pie de un arbolito ligero y sacó su block y sus carboncillos.
Pasó largo rato observándola, trazando las líneas curvas que
daban vida a la belleza magistral de su flor, y pensando; nadie más que él
mismo sabía que, sólo mientras trazaba delicadas líneas en la hoja en blanco,
su cabeza se despejaba y pensaba claro por fin; ahora, una idea tomaba forma en
su cerebro y su cuerpo ardía por la anticipación, su padre se acercaba, no le
quedaba tiempo… Se perdió de vista un momento entre los árboles y al cabo de
minutos regresó a su lugar, volvió a tomar su block y siguió su trazo habitual
hasta que completó un nuevo bosquejo de la mujer.
Después, se acercó a ella, y sin importarle con quién estaba
conversando le robó un beso e hizo una graciosa reverencia; al final, arrancó
el dibujo que acababa de hacer y se lo entregó, luego salió corriendo. Media
hora después, el bosque de Boulogne ardía sin que los bomberos pudiesen hacer
nada. Incontables vidas se perdieron aquél día, y la ciudad no hubiese hecho
gran escándalo por ello, si no hubiese sido porque, él último lugar donde el
prometedor artista Lucca había sido visto fue ese mismo lugar.
El hombre detuvo la narración en este momento y cavilo unos
segundos, después continuó: “Afortunadamente la mayoría de sus obras estaban a
salvo en su apartamento, su padre, que llegó dos días más tarde, las mostró a
los críticos y quedaron sorprendidos de que uno de los mejores paisajistas
dibujase tan bien la maravilla del cuerpo humano. Gracias a ello podemos
disfrutar de uno de los pioneros del arte erótico, además de excelente
paisajista”.
“Maestro”, preguntó uno de los muchachos que rodeaban al hombre en la plazoleta, “¿Qué fue del señor Lucca? ¿Murió también en el incendio?”.
“Eso, pequeño aprendiz, sólo Dios lo sabe. Muy bien, la clase ha terminado, nos veremos mañana para discutir los principios del romanticismo”.
“Maestro”, preguntó uno de los muchachos que rodeaban al hombre en la plazoleta, “¿Qué fue del señor Lucca? ¿Murió también en el incendio?”.
“Eso, pequeño aprendiz, sólo Dios lo sabe. Muy bien, la clase ha terminado, nos veremos mañana para discutir los principios del romanticismo”.
La clase se disolvió y el maestro soltó una risita malvada,
luego se acercó al auto en el que su esposa le esperaba. La bella dama de
cabellos rojizos le sonrió de vuelta mientras su penetrante mirada azul le
observaba y, tras un apasionado beso, partieron a casa.
=)



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