Por Casandra Ruiz Caro.
Pequeños cuentos sobre Los bandidos de Río Frío, basados en
los capítulos que les dan titulo. Que los disfruten.
TOMO 1
X. La Viña
Apenas si podemos mantener el paso, los suministros
cortados, las almas en pena llevando de aquí para allá los huesos de los que se
han descarriado. Nuestras casas claman nuestra sangre. Hace tiempo, cuando
temimos seguir nuestro camino hacia el calvario, huimos hacia la inmundicia,
nos refugiamos en la boca del vicio, nos convertimos en despojos apenas vivos,
apenas conscientes, apenas…
Desde siempre vivimos en las calles, sólo unos pocos
tuvieron la suerte de tener un techo para resguardarse, pero no sufríamos, el
mundo se sentía nuevo para nosotros y éramos libres para recorrerlo a placer.
Un tiempo estuvimos en el paraíso, correteando por las calles, riéndonos
cuando, después de jugar, nos acercábamos a una de esas puertas grandes, donde
huele a mucho plástico, y un gran trago de agua siempre nos esperaba. Felices
nos acurrucábamos en lugares especiales, los escogíamos con bellas vistas,
pintorescos, cerca de fuentes y grandes farolas.
Pero el tiempo pasa y se lleva los buenos momentos, las
alegrías de la vida sólo se reconocen cuando se pasan grandes tristezas y es
ahora, en medio de la podredumbre, que nos damos cuenta del añorado pasado, de
la belleza que nos fue arrancada. Huimos por nuestras vidas, por nuestra
salvación, y encontramos que hubiese sido mejor morir a manos de esos bárbaros
garroteros que vivir como salvajes apilados entre la basura. Sin embargo elegimos
vivir a pesar de todo, y henos aquí malviviendo, peleando con uñas y dientes
por un simple trozo de carne.
Ya estamos perdidos, ya no valemos nada, somos los
habitantes de la Viña, teniendo una vida de perros, pero con un corazón humano
que, pese a todo, aun late fuertemente.
XIX. San Lunes.
Tules estaba de rodillas, con las manos enclavijadas, como
una santa. Por su mente pasó su vida, pensó en las personas que conocía y que
no volvería a ver jamás, en las personas que habían hecho de ella una mujer feliz
antes de caer al lado de este ser autodestructivo, que en su proceso de
destrucción barría con todo a su paso.
Su mirada se desvió unos momentos de los ojos de su verdugo
al montón de madera y le vio… el muchachillo del que ella se había encariñado, el
hijo de la condesita. Fue entonces que sintió el fuerte dolor en el pecho y
supo, sin siquiera voltear la mirada, que su corazón se había roto en más de
una forma.
En ese terrible momento sólo pudo levantar el rostro hacia
el techo y rogar: “¡Jesús, Jesús me ampare! ¡Y también al pobre Juan Robreño!”
Pero sus últimas palabras no fueron escuchadas, pues ya había caído bañada en
sangre…
XXXV. Malos Pensamientos y Dificultades.
Don Pedro Martín se encontraba furioso, y ni siquiera sabia
el por qué. Desde que había escuchado la conversación entre Casilda, la bella
Casilda, y el muchachillo ese, había sentido agruras en el gaznate… al
principio creyó que era por la importante información y por el hecho de que no
tenia manera de probarlo… aun; ahora sabía que tenía que ser algo más lo que le
estaba reduciendo sus noches de sueno.
Pasó de largo por la habitación y se dirigió a su cocina por
un vaso de leche caliente… su cabeza parecía bullir por las ideas que se
agolpaban en ella y le lastimaban. Se sentía mal cuando ese muchachillo estaba
cerca de ella… pero… ¿Por qué? Antes de que pudiera seguir enredándose con sus
propias cavilaciones, su mente le dio la respuesta: “Por que ella es… porque
ella es… mía”.
Un escalofrío recorrió su espalda antes de darse cuenta de
que debía separar cuanto antes a esos dos, y ni sus hermanas ni la propia
Casilda lo impedirían, el problema ahora ya no era el por qué, era el cómo.
XLV. Un Muerto en el Monte.
“Me di cuenta de que mi vida siempre había dependido de las
mujeres… uno de los primeros cambios ocurrió con Tules, tuve que cambiar con
Casilda y ser lo que la joven esperaba de su marido, al igual que lo que el
conde del Sauz y su hija esperaban; pude haber tenido la felicidad en ese
momento, trabajar para el conde me hubiera puesto en contacto con otros
clientes de buen nivel que hicieran valer mi trabajo… pero ella volvió, Casilda
la perra, volvió y jugó conmigo y eso me hizo cambiar con Tules, eso me hizo
desesperar y acabar con las molestias… además de un ligero dolor de entrañas –
Evaristo rió por lo bajo – ahora está ella. La fruterita más interesante que he
conocido. Tiene cojones la mujer”.
“Aquel momento en que la conocí, no estaba mal, sentados en
ese trozo de madera sobre el río. Todo hubiera estado bien si no fuera por ese
entrometido y escuálido hombre que le hablaba con tanta familiaridad… no me
cae, no me cae nada bien, que se ande con cuidado porque un día de estos me lo
cargo; pero para qué hablar de cosas tan feas, mejor volvamos a ella, la mujer
que podría ser exactamente lo que necesite”.
“Lo recuerdo tan claramente como si hubiese sido ayer,
cuando nos empezamos a hundir temí por ti, pero rápidamente supe que no eras de
las que se dejaba amedrentar por una mojada en agua fría. Incluso fue un
encanto voltear a lo lejos, mientras mis brazos me llevaban a la orilla, y
verte con un halo de cabello enmarañado, y toda tu carne apretada por una camisa
mojada. Me faltaron fuerzas para regresar p
or ti en ese momento, además de que
mi temor, no un temor malo sino ese que todo hombre que ha vivido a su manera
tiene, se apoderó de mí y ya no quise seguir pensando en ti”.
“Pero ahora, después de todo lo que ha pasado, todo lo que
hemos pasado, un ansia animal se apodera de mí y eres tú quien causa ahora el
cambio, no con alguien a mi lado sino conmigo mismo. Con tu dinero y el trabajo
duro de ambos, podremos conseguir grandes cosas, y alcanzar la felicidad”.
“Si me aceptas, estaré ahí incluso cuando tu mundo comience
a caer. Si no, estaré ahí cuando tu mundo comience a caer… por mi propia mano”.
TOMO 2
XVIII. Juan Fusila a su Padre.
Cuando Juan tuvo el papel y el tintero frente a él, fueron
muchas las cosas que vinieron a su mente. Quería despedirse de su amada, de la
que tanto se había sacrificado y por la que tanto había dejado. Quiso
escribirle su amor y decirle todo lo que significaba para ella: “Me gustaría
decirte lo preciosa que eres y lo difícil que es intentar dejar de mirarte cuando
estás presente, tan difícil que ya ni siquiera lo intento. Tu cintura que pide
a gritos que la rodee con mi brazo, el cabello cayendo sobre tu espalda. No
dejo un solo día de pensar en ti y se que tu jamás me olvidas. Algunos dirían
que nos unimos a destiempo… nada es así, nada ocurre a destiempo, si acaso yo
me detuviera a pensar de manera mística por un solo instante, tendría que
concluir que es precisamente el hecho de que todo sucede cuando debe lo que ha
hecho que yo pase los mejores momentos de mi vida. No me arrepiento de las
lágrimas derramadas porque ni un litro de agua podría apagar el fuego que tus
besos despertaron en mí. Soy tuyo en esta vida y seré tuyo en la siguiente. No
me olvides nunca. Te ama por sobre todas las cosas…”
Juan se quedo pensativo un momento y la pluma se detuvo
sobre el papel… Después de un momento, hizo pedazos la hoja llenándose las
manos de tinta y sobresaltando al cabo Franco, que le veía mover de nuevo las
manos.
“¡Mariana querida! ¡Adiós!... Juan”.
Juan sonrió, Mariana no necesitaba que le enviara su largo
epitafio, ella sabia siempre, sin que el dijese nada, ella sabia…
LVII. La Red.
Miedo… tengo miedo. – Evaristo sonrió – Sonrisa, tu eres mi
máscara, todos caminamos por este mundo con máscaras, sólo es cuestión de
decidir cuál usar hasta que esta se convierte en nuestro rostro, algunos eligen
caminar con la máscara de la bondad, otros, con una máscara superpuesta a otra…
pero tarde o temprano, estas se vuelven la cara que mostramos a todos… ¿no es
verdad Casilda, Tules, Cecilia? ¿no es verdad que con esta máscara soy más
fuerte, más capaz de hacer aquello que de otra manera tal vez no sería capaz de
realizar? – Una risa nerviosa estremeció al hombre. – pero es que he
descubierto que la máscara no es algo que restringe, sino algo que otorga
libertad; la máscara es una puerta que decidimos traspasar para recorrer el
camino que de otra forma habríamos evitado. Algunos le llamarían a eso
hipocresía: yo le llamo piedad.
Nosotros los seres humanos no estamos preparados para la
franqueza… le tememos. Por eso, inventamos los antifaces que nos justifican,
los antifaces que hacen que nos engañemos y pensemos que todo está mejor de lo
que verdaderamente es. ¿Pero cuándo descubren que la máscara es real y que la
muerte puede llegar con un gesto de sonrisa? ¿Cuándo se descubre que los que la
proporcionamos no tememos otorgarla porque nosotros mismos no tememos
recibirla? Entonces… entonces no debería temer.
– ¡Yo soy el capitán, y el que no lo crea que me lo diga en
la cara! – dijo adelantándose y gritando con una voz que no se había oído
nunca.
En ese momento, los rostros de todos aquellos que habían
perecido por su culpa se le presentaron, con sus caras llenas de lágrimas.
“¿Lloran? ¿Pero qué pueden extrañar de la vida? En este
mundo es mejor que quedemos los fuertes… los aptos. ¿Cuánta justicia callada
habré realizado? La ley de la jungla se aplica siempre, en todas partes: El
fuerte vive y el débil muere”.
Y con este último pensamiento, Evaristo selló su destino.
=)
BIBLIOGRAFÍA
Payno, Manuel; Los bandidos de río frío; México, D. F.,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario