Como seres "racionales" que somos, el entendimiento brinda una escalera al agujero negro en el que nos mantiene la ignorancia, el miedo, que en este contexto incluso pueden manejarse como sinónimos. Pero el miedo puede provocar dos tipos de reacciones, en las que se pueden dividir los seres humanos. Están los que se paralizan tanto que apenas si respiran, y poco a poco se vuelven esclavos del temor. Los otros, los que esperamos que sean mayoría, son a quienes el miedo los hace correr, avanzar, buscar cómo detener ese pánico que nos invade por culpa de lo ignoto y así, encontrar el conocimiento.

25/8/13

Historias encontradas

Por Casandra Ruiz Caro.


Pequeños cuentos sobre Los bandidos de Río Frío, basados en los capítulos que les dan titulo. Que los disfruten.

TOMO 1

X. La Viña


Apenas si podemos mantener el paso, los suministros cortados, las almas en pena llevando de aquí para allá los huesos de los que se han descarriado. Nuestras casas claman nuestra sangre. Hace tiempo, cuando temimos seguir nuestro camino hacia el calvario, huimos hacia la inmundicia, nos refugiamos en la boca del vicio, nos convertimos en despojos apenas vivos, apenas conscientes, apenas…

Desde siempre vivimos en las calles, sólo unos pocos tuvieron la suerte de tener un techo para resguardarse, pero no sufríamos, el mundo se sentía nuevo para nosotros y éramos libres para recorrerlo a placer. Un tiempo estuvimos en el paraíso, correteando por las calles, riéndonos cuando, después de jugar, nos acercábamos a una de esas puertas grandes, donde huele a mucho plástico, y un gran trago de agua siempre nos esperaba. Felices nos acurrucábamos en lugares especiales, los escogíamos con bellas vistas, pintorescos, cerca de fuentes y grandes farolas.

Pero el tiempo pasa y se lleva los buenos momentos, las alegrías de la vida sólo se reconocen cuando se pasan grandes tristezas y es ahora, en medio de la podredumbre, que nos damos cuenta del añorado pasado, de la belleza que nos fue arrancada. Huimos por nuestras vidas, por nuestra salvación, y encontramos que hubiese sido mejor morir a manos de esos bárbaros garroteros que vivir como salvajes apilados entre la basura. Sin embargo elegimos vivir a pesar de todo, y henos aquí malviviendo, peleando con uñas y dientes por un simple trozo de carne.

Ya estamos perdidos, ya no valemos nada, somos los habitantes de la Viña, teniendo una vida de perros, pero con un corazón humano que, pese a todo, aun late fuertemente.



XIX. San Lunes.

Tules estaba de rodillas, con las manos enclavijadas, como una santa. Por su mente pasó su vida, pensó en las personas que conocía y que no volvería a ver jamás, en las personas que habían hecho de ella una mujer feliz antes de caer al lado de este ser autodestructivo, que en su proceso de destrucción barría con todo a su paso.

Su mirada se desvió unos momentos de los ojos de su verdugo al montón de madera y le vio… el muchachillo del que ella se había encariñado, el hijo de la condesita. Fue entonces que sintió el fuerte dolor en el pecho y supo, sin siquiera voltear la mirada, que su corazón se había roto en más de una forma.

En ese terrible momento sólo pudo levantar el rostro hacia el techo y rogar: “¡Jesús, Jesús me ampare! ¡Y también al pobre Juan Robreño!” Pero sus últimas palabras no fueron escuchadas, pues ya había caído bañada en sangre…



XXXV. Malos Pensamientos y Dificultades.

Don Pedro Martín se encontraba furioso, y ni siquiera sabia el por qué. Desde que había escuchado la conversación entre Casilda, la bella Casilda, y el muchachillo ese, había sentido agruras en el gaznate… al principio creyó que era por la importante información y por el hecho de que no tenia manera de probarlo… aun; ahora sabía que tenía que ser algo más lo que le estaba reduciendo sus noches de sueno.

Pasó de largo por la habitación y se dirigió a su cocina por un vaso de leche caliente… su cabeza parecía bullir por las ideas que se agolpaban en ella y le lastimaban. Se sentía mal cuando ese muchachillo estaba cerca de ella… pero… ¿Por qué? Antes de que pudiera seguir enredándose con sus propias cavilaciones, su mente le dio la respuesta: “Por que ella es… porque ella es… mía”.

Un escalofrío recorrió su espalda antes de darse cuenta de que debía separar cuanto antes a esos dos, y ni sus hermanas ni la propia Casilda lo impedirían, el problema ahora ya no era el por qué, era el cómo.



XLV. Un Muerto en el Monte.

“Me di cuenta de que mi vida siempre había dependido de las mujeres… uno de los primeros cambios ocurrió con Tules, tuve que cambiar con Casilda y ser lo que la joven esperaba de su marido, al igual que lo que el conde del Sauz y su hija esperaban; pude haber tenido la felicidad en ese momento, trabajar para el conde me hubiera puesto en contacto con otros clientes de buen nivel que hicieran valer mi trabajo… pero ella volvió, Casilda la perra, volvió y jugó conmigo y eso me hizo cambiar con Tules, eso me hizo desesperar y acabar con las molestias… además de un ligero dolor de entrañas – Evaristo rió por lo bajo – ahora está ella. La fruterita más interesante que he conocido. Tiene cojones la mujer”.

“Aquel momento en que la conocí, no estaba mal, sentados en ese trozo de madera sobre el río. Todo hubiera estado bien si no fuera por ese entrometido y escuálido hombre que le hablaba con tanta familiaridad… no me cae, no me cae nada bien, que se ande con cuidado porque un día de estos me lo cargo; pero para qué hablar de cosas tan feas, mejor volvamos a ella, la mujer que podría ser exactamente lo que necesite”.

“Lo recuerdo tan claramente como si hubiese sido ayer, cuando nos empezamos a hundir temí por ti, pero rápidamente supe que no eras de las que se dejaba amedrentar por una mojada en agua fría. Incluso fue un encanto voltear a lo lejos, mientras mis brazos me llevaban a la orilla, y verte con un halo de cabello enmarañado, y toda tu carne apretada por una camisa mojada. Me faltaron fuerzas para regresar p
or ti en ese momento, además de que mi temor, no un temor malo sino ese que todo hombre que ha vivido a su manera tiene, se apoderó de mí y ya no quise seguir pensando en ti”.

“Pero ahora, después de todo lo que ha pasado, todo lo que hemos pasado, un ansia animal se apodera de mí y eres tú quien causa ahora el cambio, no con alguien a mi lado sino conmigo mismo. Con tu dinero y el trabajo duro de ambos, podremos conseguir grandes cosas, y alcanzar la felicidad”.

“Si me aceptas, estaré ahí incluso cuando tu mundo comience a caer. Si no, estaré ahí cuando tu mundo comience a caer… por mi propia mano”.



TOMO 2

XVIII. Juan Fusila a su Padre.

Cuando Juan tuvo el papel y el tintero frente a él, fueron muchas las cosas que vinieron a su mente. Quería despedirse de su amada, de la que tanto se había sacrificado y por la que tanto había dejado. Quiso escribirle su amor y decirle todo lo que significaba para ella: “Me gustaría decirte lo preciosa que eres y lo difícil que es intentar dejar de mirarte cuando estás presente, tan difícil que ya ni siquiera lo intento. Tu cintura que pide a gritos que la rodee con mi brazo, el cabello cayendo sobre tu espalda. No dejo un solo día de pensar en ti y se que tu jamás me olvidas. Algunos dirían que nos unimos a destiempo… nada es así, nada ocurre a destiempo, si acaso yo me detuviera a pensar de manera mística por un solo instante, tendría que concluir que es precisamente el hecho de que todo sucede cuando debe lo que ha hecho que yo pase los mejores momentos de mi vida. No me arrepiento de las lágrimas derramadas porque ni un litro de agua podría apagar el fuego que tus besos despertaron en mí. Soy tuyo en esta vida y seré tuyo en la siguiente. No me olvides nunca. Te ama por sobre todas las cosas…”

Juan se quedo pensativo un momento y la pluma se detuvo sobre el papel… Después de un momento, hizo pedazos la hoja llenándose las manos de tinta y sobresaltando al cabo Franco, que le veía mover de nuevo las manos.

“¡Mariana querida! ¡Adiós!... Juan”.

Juan sonrió, Mariana no necesitaba que le enviara su largo epitafio, ella sabia siempre, sin que el dijese nada, ella sabia…




LVII. La Red.

Miedo… tengo miedo. – Evaristo sonrió – Sonrisa, tu eres mi máscara, todos caminamos por este mundo con máscaras, sólo es cuestión de decidir cuál usar hasta que esta se convierte en nuestro rostro, algunos eligen caminar con la máscara de la bondad, otros, con una máscara superpuesta a otra… pero tarde o temprano, estas se vuelven la cara que mostramos a todos… ¿no es verdad Casilda, Tules, Cecilia? ¿no es verdad que con esta máscara soy más fuerte, más capaz de hacer aquello que de otra manera tal vez no sería capaz de realizar? – Una risa nerviosa estremeció al hombre. – pero es que he descubierto que la máscara no es algo que restringe, sino algo que otorga libertad; la máscara es una puerta que decidimos traspasar para recorrer el camino que de otra forma habríamos evitado. Algunos le llamarían a eso hipocresía: yo le llamo piedad.

Nosotros los seres humanos no estamos preparados para la franqueza… le tememos. Por eso, inventamos los antifaces que nos justifican, los antifaces que hacen que nos engañemos y pensemos que todo está mejor de lo que verdaderamente es. ¿Pero cuándo descubren que la máscara es real y que la muerte puede llegar con un gesto de sonrisa? ¿Cuándo se descubre que los que la proporcionamos no tememos otorgarla porque nosotros mismos no tememos recibirla? Entonces… entonces no debería temer.

– ¡Yo soy el capitán, y el que no lo crea que me lo diga en la cara! – dijo adelantándose y gritando con una voz que no se había oído nunca.

En ese momento, los rostros de todos aquellos que habían perecido por su culpa se le presentaron, con sus caras llenas de lágrimas.

“¿Lloran? ¿Pero qué pueden extrañar de la vida? En este mundo es mejor que quedemos los fuertes… los aptos. ¿Cuánta justicia callada habré realizado? La ley de la jungla se aplica siempre, en todas partes: El fuerte vive y el débil muere”.

Y con este último pensamiento, Evaristo selló su destino.




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BIBLIOGRAFÍA

Payno, Manuel; Los bandidos de río frío; México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

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