El síndrome de Ulises
o
Debate crítico con un lector DEFINIDO
Casandra
Ruiz Caro
Creo que lo más importante a la hora de
escribir es pensar que algún lector necesitado espera con ansias ese texto. Comencé
a escribir pensando en lo que quería leer. Si mantienes esa premisa, quieras o
no, serás honesto.
Susan
Sontag.
Cuando el crítico (o en este caso, el
estudiante) se enfrenta a una obra del calibre de la que aquí se trata, es fácil
querer abarcar todo y muy difícil lograrlo; sencillamente se trata de una obra
vastísima ya no por el número de páginas (meras cien hojas) sino por el número
de personajes, situaciones, lugares y temas que se desarrollan con un lenguaje más
bien sencillo y dentro de una armazón que promete mucho al mostrarnos como
protagonistas, al menos una vez, a los personajes que el narrador va
encontrando y que van llevándolo a una suerte de crecimiento (o degradación)
que culmina con lo cotidiano, con el fluir de una vida que tiene que seguir
aunque personas “buenas”, con una enorme historia de vida, se quiten la vida.
Una obra como esta debe ser tratada
parte por parte (al menos creo que eso debe hacer alguien que no tenga el
conocimiento necesario que daría, por ejemplo, haber leído los demás trabajos
novelísticos de Gamboa), y es por eso que aquí me centraré en uno de los
elementos que más me interesó; cualquiera puede decir que los temas que saltan
a la vista y que piden atención a gritos por su misma naturaleza son el sexo y
la pobreza, sin embargo no voy a decir cómo se habla de la difícil vida de los inmigrantes
y los exiliados y de todas las peripecias que deben inventar para mantenerse
vivos en una ciudad que, siendo el prototipo de la ciudad romance y de la luz
del intelecto, parece sacada de las oscuras líneas que suelen describir la
malhadada Whitechapel, por los tiempos en que Jack la recorría.
Hablemos pues de cómo Santiago Gamboa
utiliza este texto para plasmar sus ideas e ideales literarios. Y no es que no
haya tela de dónde cortar, pero es interesante advertir las opiniones literarias
y cómo nos van guiando lentamente a través de asuntos que importan al estudioso
de las letras.
Tengo lentes, ámenme, soy intelectual.
Primero mencionemos, desde luego, la
escuela: La Sorbona (recordemos que la excusa del protagonista/narrador para
estar en París es su doctorado), lugar en el que se discuten novelas con
"un señor mayor, una mujer de aspecto psicótico y un joven árabe que
parecía más perdido, más tímido y más desahuciado por la vida que el
protagonista de Hambre de Knut Hamsun", y el profesor chileno con un ego y
una forma de ser que lo acerca más a argentino de chiste mexicano. Los
intercambios en este ambiente son pocos y de poca relevancia en comparación con
los que sostiene con su amigo Salim (ese árabe tímido y etc. mencionado
arriba). Hay varias anécdotas interesantes que ocurren entre Salim y el
protagonista, pero sus charlas de café durante la celebración del Ramadán son
simplemente exquisitas, en ellas se discuten varios temas, entre ellos el de
cómo llegó a interesarse en la literatura gracias a Leopoldo Marechal y su
novela Adán Buenosayres, de la que
planea escribir un ensayo sobre el individuo y las urbes. El protagonista
piensa, al conocer los deseos de Salim, que esa novela, así como el Huazipungo de Icaza o las Tradiciones Peruanas de Ricardo palma,
no son textos que puedan salir fácilmente de sus fronteras. Gracias a estos
guiños podemos percibir cómo considera el autor a la mayor parte de la
literatura hispanoamericana, y se reafirma con una entrevista que le realizan
en la edición web del diario Página 12,
donde afirma: "Soy colombiano, pero no siento que tenga la obligatoriedad
de que mi escritura esté arraigada en Colombia"[1],
como sí lo estaba la literatura de, digamos, la primera mitad del siglo XX.
Otro personaje que desvela más
pensamientos literarios gamboiescos es Khaïr-Eddine, un escritor marroquí que
el protagonista conoce gracias a Salim. Mohammed Khaïr-Eddine es un bebedor
empedernido (lo que demuestra apenas lo conocemos) pero muy inteligente y
lúcido. Él guía la charla y la lleva por la alabanza a la gran literatura
Americana (que califica de imaginativa y rica) hasta que recae en una suerte de
definición de la literatura y que se puede ver en las siguientes líneas:
"eso le pasa a todos los escritores, amigo, lo que hacen no existe, un libro
es una sucesión de hojas impresas y la literatura es algo más, está contenida ahí
pero no es eso y que se publique o no es irrelevante". Khaïr-Eddine
también percibe el elemento político que suele rodear a la literatura
hispanoamericana, pues se une al sueño socialista, a lo que el narrador
responde que "la revolución latinoamericana es el realismo mágico de la
izquierda europea" y, partiendo de esa aseveración, denuncia cómo muchos
pseudoescritores se refugian en el "compromiso" político sin llegar a
realizar escritos de verdadera calidad.
Uno más de los personajes
literato-intelectuales que aparecen en El síndrome es Kadhim, el poeta. Con él
descubrimos la simpatía que le guarda el narrador a Goytisolo y que se ha leído
todos sus libros. También se detienen a hablar de la literatura de ideas (así
la llaman) que realizan Borges, Lezama Lima y Georges Perec, entre otros. Y es
conversando con Kadhim que llega una de las grandes verdades del mundo
literario a nosotros, el hecho de que los escritores de prosa consiguen
actividades bien remuneradas para poder vivir sin mucha dificultad y continuar
escribiendo, y que, en cambio, los poetas no han logrado sostenerse con sus
propios libros, no existe "un subgénero que podamos llamar «poesía
comercial», como sí existe en las novelas", y señala que por ello el poeta
debe ser "el último bastión de la estética literaria". Otro momento
interesante en el que aparecen tanto Kadhim como Khaïr-Eddine es en el que
Kadhim lee su poema tanto en francés como en árabe y el narrador descubre
entonces las diferencias tonales y la espesa emoción que brota siempre de la
lengua natal. Además se critica a los árabes que escriben para recrear el
estereotipo árabe europeo, y se hace una pequeña comparación con los escritores
latinoamericanos que escriben para los europeos, dándoles lo que quieren:
exotismo y evasión. Un asunto más que se trata durante la presentación de sus
poemas es el de la estética del exilio y cómo la lírica se utiliza para
denunciarlo, una lírica del exilio que va ligada a una visión política, aunque
con ese comentario se tomó un rumbo puramente político en la conversación.
Si Mohammed Khaïr-Eddine y Kadhim Yihad
son importantes por su amplia cultura, sus charlas en cuanto a la lectura y a
razones más filosóficas que ahora no tocaremos, no puedo dejar de mencionar a
dos de los personajes más conocidos que aparecen en esta obra, uno de ellos es
Juan Goytisolo (quién le fue presentado al narrador por Kadhim Yihad) y el otro
Julio Ramón Ribeyro. Ellos permean la obra con sus propios trabajos leídos y releídos
dentro de los muros de cada personaje inscrito en El síndrome...
En este texto de Santiago Gamboa se
forma una suerte de mesa de debates entre lo que es o no la literatura y cómo o
quién puede llamarse escritor y lo interesante es que anima al lector a
adentrarse en ese mundo intelectual dando múltiples citas de títulos y autores,
de temas y corrientes que pueden servir para atraer a la gente a la lectura
que, tristemente, es una actividad que ya pocos realizan, y ni hablar de
escribir buenas historias que alienten al receptor y mantengan su atención como
lo es El síndrome de Ulises.
Ir al baño o seguir leyendo, esa es la cuestión.
Pero, además de que atrapa al lector, el
texto exige un conocimiento amplio del mundo literario, exige una competencia
suficiente que pueda hacerle frente al torrente de información al que se nos da
acceso y es entonces cuando descubrimos que su lector ideal es uno que tenga
tanto conocimiento como él, pero también nos damos cuenta de que en un mundo en
el que la simultaneidad ha llegado a hacer mella, es casi imposible que sea un
adulto joven el que se adentre completamente en la obra; irremediablemente
faltaran lecturas y conocimiento de mundo… pero siempre hay algo que hacer, y
es por eso que mencionaba líneas arriba cómo la novela sirve también como una
invitación y una guía de lecturas. Así que replanteemos la propuesta: el lector
ideal no es aquél que tenga tanto conocimiento como el autor, es aquél que tenga
el deseo, la iniciativa de tomar lo que Gamboa ofrece como novelas y autores al
azar pero que sirven para llegar a ese punto en el que se pueda disfrutar de El síndrome de Ulises con todo el bagaje
necesario.
¿Cómo podría hablar de otra cosa cuando
el tema literario es tan obvio? Además de que abarca toda la novela (incluso
durante el sexo se ha hablado de literatura en ese París de nieblas), de hecho
la palabra libro se encuentra en el texto diecisiete veces más que la palabra
amor, y la palabra literatura duplica las apariciones de la palabra sexo. Los
números son, desde luego, vagos y no tienen incidencia real en la cantidad y calidad de un asunto que se
maneje, pero lo cierto es que el tema literario, junto con el tema sexual y el
de la pobreza son los hilos principales que guían el discurso de Gamboa
llevándonos por este mar de tensión, preocupación y tristeza que son los
elementos principales del verdadero síndrome de Ulises.
No lloro por la novela, lloro porque se me acabó el dinero y no me dejan sacarlo de la biblioteca.
=)
FUENTES
·
Gamboa, Santiago. El síndrome de Ulises. Bogotá: Seix Barral, 2005.
·
Friera, Silvina.
«http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-1081-2005-11-21.html».
Diario Página 12. Consultado el 27 de
noviembre de 2010.
[1]
Friera, Silvina.
«http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-1081-2005-11-21.html».
Diario Página 12. Consultado el 27 de
noviembre de 2010.
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