Como seres "racionales" que somos, el entendimiento brinda una escalera al agujero negro en el que nos mantiene la ignorancia, el miedo, que en este contexto incluso pueden manejarse como sinónimos. Pero el miedo puede provocar dos tipos de reacciones, en las que se pueden dividir los seres humanos. Están los que se paralizan tanto que apenas si respiran, y poco a poco se vuelven esclavos del temor. Los otros, los que esperamos que sean mayoría, son a quienes el miedo los hace correr, avanzar, buscar cómo detener ese pánico que nos invade por culpa de lo ignoto y así, encontrar el conocimiento.

11/5/14

Cuento: La dama

¡Epa! Antes de empezar quisiera dedicar este breve cuento a mi amiga Grisel y a sus compañeros y escuchas de Despertando Consciencias Mundiales. No he podido estar en contacto pero ayer y hoy me puse a escuchar las grabaciones (ya me puse al corriente). Tengo atravesados algunos problemas pero con suerte pronto eso quede atrás. ¡Saludos a todos y gracias a quien sea que me lea, muchas gracias! 


LA DAMA
Casandra Ruiz


Su rostro parecía cincelado en piedra; detenido para siempre en ese gesto extraño que mostraba sin reservas al pasar. El lugar se había vaciado rápidamente, a excepción de algunos que salían a trochemoche en cuanto veían la oportunidad. Ella caminaba sin verlos ni escucharlos. Iba derecho. Lenta y acompasadamente hacia el frente. En su mente escuchaba los ecos del pasado. Vibraciones fatigadas que herían, indiferentes, sus oídos. Las lágrimas que alguna vez escaparon de sus ojos se habían cristalizado en las mejillas. El viento nocturno movía caprichosamente su largo cabello negro. Unos curiosos, envalentonados por la bebida, la observaban boquiabiertos desde una azotea cercana. Ella no daba importancia a nada. Se embebía en el ayer, se sujetaba a él como si sólo así pudiera probarse a sí misma su existencia. Su permanencia.

Había pasado la noche buscando. Nunca había entendido qué, pero sabía que su misión era buscar. Buscar y no detenerse hasta encontrar. Era la única que quedaba. Sus hermanos hace tiempo que se habían marchado. Encontraron lo que buscaban y lograron entrar por la gran puerta del instante. Ella no podía aún, pero algún día…, algún día. Sus pupilas, que otrora observaban un espectro enorme de colores, pinceladas mágicas sobre el gran lienzo de la vida, ahora sólo encontraban soledad, obscuridad, nada. Sus pensamientos monocromos perseguían algo que no acababa de entender. Los otros no importaban. Nunca habían importado. Ya no eran de los suyos. Eran rostros hechos de otro barro; rostros de allende el mar que habían acaparado las tierras de los dioses. Los otros ya no entendían el milagro del maíz negro, amarillo, rojo, morado. Ya no entendían nada. Los que aún sabían estaban lejos... y eran muy pocos.

 

Un súbito golpe de furia la invadió. ¿Por qué tenía que soportar que la trataran así sólo por no entenderla? ¿Por qué tendría que aceptar ese exilio al que la enviaban cada noche? Ella jamás había transgredido. Sólo cumplía su misión y todos la observaban con reproche y miedo. Y dejándose perder en sus ideas dio vuelta, observó fijamente el rostro de los hombres sobre la casa. Aquellos sintieron erizarse hasta el más recóndito vello escondido en sus jeans, pero no se movieron hasta que escucharon eso. Eso salió de la nada. Las facciones de ella no cambiaron pero dejó escapar un tremendo chillido, un grito que contenía todo el desamparo y la desesperación que la llenaban cada noche en su búsqueda sin fin.

Cuando dejó de bramar, los otros habían desaparecido. Estaba sola de nuevo y la inyección de coraje dio paso a una espiral de tristeza. ¿Cuándo podría volver a ver a los suyos? ¿Cuándo podría abrazar a sus hermanos? ¿Sería posible que finalizara su búsqueda antes de que los otros destruyeran todo lo que quedaba? Pobres hombres, mezcla divina y mundana, que no pueden entender lo que hacen.


Con estos pensamientos la dama llegó a la orilla del mar. El viento golpeaba fuertemente mientras los primeros rayos del sol aparecían sobre la playa. Metió sus pies a esa agua siempre cambiante, pero que a la vez había estado allí desde el principio de los tiempos. Como ella. De pronto algo chocó contra sus faldas. Venía empujado por las olas. Otra cosa se unió a la primera. Bolsas, latas, botellas. La mujer levantó la vista al sol que ahora inundaba la escena y, ya sin ese extraño gesto, se observó una súplica triste en su bello rostro. Una súplica al universo, una para los suyos, y una para los hombres que no sabían que, al final, ellos mismos eran los culpables de sus propios actos. El cielo se fue revelando en un azul clarísimo mientras ella se volvía humo, tiempo, viento. Al final, en el hermoso y desierto paisaje, sólo se escuchó un pequeño eco de eras lejanas: "¡Ay de mis hijos!"




=)

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