Por Casandra
Ruiz
En México se piensa que hay tres cosas a las que no se
les puede faltar ni con el pensamiento: a tu partido político, a tu equipo de
fútbol y a la Lupita. Cuando menos eso pensaban los habitantes de la cuadra veinte
en La Pochota, conocida colonia veracruzana. A las tres en punto del 11 de
diciembre, un autobús pagado por Tío Fide llegaría a recogerlos con destino a
la Villa de Guadalupe.
Aproximadamente a
las diez de la noche, ya en la Capital, un tremendo tráfico les impidió
continuar en el camión y tuvieron que seguir a pie aunque aún faltaban
kilómetros para su destino.
A medida que se
acercaban los olores de miles de puestos se iban concentrando en las narices,
olores a chicharrón, a fritanga, a torta de tamal y tacos; todo mezclado con
gritos de “¡Páseleeeee! Pásele señito” y de “Aquí las tortas” junto con “Lleve
a la Guadalupana del cuello” y algunos ayes de los que por alguna razón
empezaban desde ahí su camino en cuclillas entre pisotones, basura y quién sabe
que mas. Afuera de la Villa, los bailarines y los voladores y un sinfín de
colores y vistosos trajes hacían reunirse pequeñas multitudes bulliciosas.
Los de La Pochota afirman que entraron muy emocionados a
la casa de la virgencita. Dos horas parados entre el montón y nadie le entendió
nada al padre porque el eco del micrófono era terrible.
A la salida, los afortunados que habían entrado primero
comentaron lo bien que había cantado Lucerito y los de La Pochota ni enterados
de que había estado allí. Salieron por la cinta eléctrica por la que habían
entrado y se encontraron rodeados de vendedores de boletos para las rifas y
otros que juraban tener un trozo del ayate sagrado.
Los diecisiete vecinos de La Pochota, cansados,
hambrientos y sin un quinto en los bolsillos, regresaron caminando varias
cuadras hasta el autobús y cargados de medallitas, imágenes y un par de boletos
para una rifa que no esperaron.
=)
Nota: Cualquier parecido con la realidad fue pura coincidencia, neta.
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