Como seres "racionales" que somos, el entendimiento brinda una escalera al agujero negro en el que nos mantiene la ignorancia, el miedo, que en este contexto incluso pueden manejarse como sinónimos. Pero el miedo puede provocar dos tipos de reacciones, en las que se pueden dividir los seres humanos. Están los que se paralizan tanto que apenas si respiran, y poco a poco se vuelven esclavos del temor. Los otros, los que esperamos que sean mayoría, son a quienes el miedo los hace correr, avanzar, buscar cómo detener ese pánico que nos invade por culpa de lo ignoto y así, encontrar el conocimiento.

1/9/13

Crónica ficticia del 12 de diciembre


Por Casandra Ruiz


En México se piensa que hay tres cosas a las que no se les puede faltar ni con el pensamiento: a tu partido político, a tu equipo de fútbol y a la Lupita. Cuando menos eso pensaban los habitantes de la cuadra veinte en La Pochota, conocida colonia veracruzana. A las tres en punto del 11 de diciembre, un autobús pagado por Tío Fide llegaría a recogerlos con destino a la Villa de Guadalupe.

Aproximadamente a las diez de la noche, ya en la Capital, un tremendo tráfico les impidió continuar en el camión y tuvieron que seguir a pie aunque aún faltaban kilómetros para su destino.

A medida que se acercaban los olores de miles de puestos se iban concentrando en las narices, olores a chicharrón, a fritanga, a torta de tamal y tacos; todo mezclado con gritos de “¡Páseleeeee! Pásele señito” y de “Aquí las tortas” junto con “Lleve a la Guadalupana del cuello” y algunos ayes de los que por alguna razón empezaban desde ahí su camino en cuclillas entre pisotones, basura y quién sabe que mas. Afuera de la Villa, los bailarines y los voladores y un sinfín de colores y vistosos trajes hacían reunirse pequeñas multitudes bulliciosas.


Los de La Pochota afirman que entraron muy emocionados a la casa de la virgencita. Dos horas parados entre el montón y nadie le entendió nada al padre porque el eco del micrófono era terrible.

A la salida, los afortunados que habían entrado primero comentaron lo bien que había cantado Lucerito y los de La Pochota ni enterados de que había estado allí. Salieron por la cinta eléctrica por la que habían entrado y se encontraron rodeados de vendedores de boletos para las rifas y otros que juraban tener un trozo del ayate sagrado.


Los diecisiete vecinos de La Pochota, cansados, hambrientos y sin un quinto en los bolsillos, regresaron caminando varias cuadras hasta el autobús y cargados de medallitas, imágenes y un par de boletos para una rifa que no esperaron.





=)



Nota: Cualquier parecido con la realidad fue pura coincidencia, neta.


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