Psico/Actores. Experiencia escénica
Por
Casandra Ruiz Caro
Realmente son pocas las ocasiones en que he asistido a una
obra interactiva, y en ellas las interacciones eran más bien esporádicas y no
se realizaban con el grueso del público sino con unos cuantos elegidos. Además
de que normalmente se trata de obras con temática infantil donde el lobo feroz
al final pregunta si debe comerse a la Caperucita o volverse su amigo, o donde
se invita a un pequeño a participar para rescatar a los protagonistas del
enemigo malvado.
Ahora, esta es sólo mi idea, hay que tener siempre en cuenta
que en Veracruz no hay tantas propuestas de teatro que se alejen del puro
realismo (minimalista por eso de la falta de cash). Se me hizo entonces muy importante el ir a vivir (porque
decir sólo “ver” se queda corto) la presentación de Psico/Embutidos. Carnicería escénica de Richard Viqueira, una obra
que persigue al tiempo (nunca mejor dicho)
La anécdota es algo entreverado, es la travesía por la vida
(tiempo/carne) de diversos personajes, pero ésta ya fue bien descrita en la
página de la ORTEUV:
En Psico/Embutidos se narra
la travesía existencial de una Salchicha por dar sepultura a su madre Longaniza
y la relación que se establece entre el mundo carnal y espiritual. En el
camino, Salchicha ha de enfrentarse a: embutidos pornográficos, salchichones
nazis, carnes de res kosher en campos de concentración, mortadelas que viajan
en el tiempo, curas pedófilos que saborean “salchichitas” cocteleras, albóndigas
gurús tibetanas, Pepperonis y butifarras que ejercen como ginecólogos o
proctólogos. Y encima, Salchicha buscará darle una digna sepultura a su madre:
enlatarla[1].
Ahora, aunque la anécdota es sumamente interesante, lo mejor
es cómo el espectador se ve envuelto en ella.
Mi experiencia
comenzó con la fila. Hubo que llegar una hora antes para hacerla pero valió la
pena, mis compañeros y yo quedamos al principio y a mí me tocó el número dos.
Al entrar se nos hacía la advertencia de que si temíamos a los lugares
estrechos u obscuros sería mejor que diéramos la vuelta, ahí me puse algo
nerviosa porque aunque no soy claustrofóbica, sí me he llegado a sentir mal en
lugares muy pequeños, sin embargo, ya que había logrado entrar no iba a
volverme.
Después pasamos a sentarnos en la cuarta fila, éramos un
grupo de 20 personas. Lo primero que causa un impacto es ver cuerpos, muchos
cuerpos desnudos de frente a nosotros. La luz era muy leve pero se podía ver
todo, caras, tatuajes, carne en general. A una señal de música todos comenzaron
a marchar y moverse fuertemente, y luego corrieron a colocarse en sus
posiciones. Se develó ahí la escena, un sucedido de tarimas con mini toboganes
equipados para ir de un lado a otro, además de un par de escaleras. Cada tarima
tenía su propia escenografía, ya fuese una mesa o un par de sillas.
Mi compañero subió primero por las escaleras que llevaban a
la parte más alta de la estructura. A mí me hicieron esperar un momento a media
escalera. Al voltear hacia atrás pude ver cómo a los demás del grupo los
sentaban en sillas plegables alrededor del armatoste. También observé a los
actores. Los que pude porque estaba en mala posición. Algunos estaban en lo
suyo, hablando solos, y algunos veían a los que estaban sentados. Al poco rato
sonó un timbre fuerte y se me indicó que subiera. Así lo hice. Al llegar a la
cima me encontré a una joven pelirroja desnuda que me tomó de las manos y me
dijo que estuviera tranquila. Ahí fue cuando entendí que yo sería parte de la
puesta, que sería mi propia historia y que no se repetiría por más que las
respuestas de cada personaje estuviesen bien estudiadas, porque era yo lo
diferente, lo externo, lo que le daba forma. Así que cuando sonó la chicharra
entré con todo de mi parte para meterme en la fantasía y firmar el pacto de
credibilidad, pero lo que hallé fue diferente.
Desde luego que hubo partes muy divertidas, no obstante
otras fueron muy tristes y no pude contener alguna lagrima traicionera, máxime
cuando me preguntaban cosas personales y de ahí se colgaban para seguir su
historia. En específico esto ocurrió cuando llegué al plañidero Morcilla, cuyas
lágrimas se contagiaban.
A algunos los abracé, con otros reí abiertamente y a otros
no supe qué contestarles, pero la función siguió a un ritmo muy agradable. En
especial me gustó llegar con el Gurú Albóndiga porque estábamos meditando
cuando comenzó la canción, todas las carnes al unísono entonando "entre
caníbales, come de mí, come de mi carne. Entre caníbales, tomate el tiempo en
desmenuzarme", un extracto de la rola Entre
caníbales de Soda Stereo que quedó al punto, además de que fue entonada
como un cántico de esos que hacen en el Himalaya para encontrar paz, sólo que
en vez de jugar con el sonido om,
aquí había palabras.
El problema surgió aquí... aunque en realidad quizá no fue
un problema sino un choque, algo que me hizo volver a estar consciente de dónde
estaba y con quién. Algunos actores que conocen a mis padre comenzaron a
decirme que se los saludara y ahí me di cuenta de que estaba frente a señores
ya grandes que conocen a mi familia y que estaban totalmente desnudos. Traté de
olvidarme de ello pero desafortunadamente ya no pude vivir el final tan
profundamente como hice con más de la mitad del camino.
La estructura, como me indicó la primera Longaniza, era el
aparato digestivo, el primer tobogán me tragaría y así seguiría hasta ser
desechada. La última imagen fue la de una mujer muy grande a través de un
monitor. La escuché con unos audífonos mientras hablaba del tiempo y del
sobrevivir, para luego caer a la oscuridad y aparecer frente al final, a la
muerte.
Todo un recorrido donde espectador y actor se fusionan para
vivir una experiencia muy fuerte e importante.
Si la ven en cartelera en su teatro local, ¡no se la pierdan!
Si la ven en cartelera en su teatro local, ¡no se la pierdan!
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