Desvenar, mole escénico, por Richard
Viqueira
Casandra Ruiz Caro
Para hablar de Desvenar
primero hay que hacerlo de su creador. Richard Viqueira es un escritor y
dramaturgo salido de los pasillos de la UNAM que ha ganado diversos premios, el
Mejor Obra de Teatro de Búsqueda Héctor Azar, que otorga la Agrupación de
Periodistas Teatrales, entre otros. Él dice que hacer teatro no es dejar la
vida en el escenario, sino la propia muerte, y que es importante que los que
estén en el escenario se jueguen algo más que las emociones. No es de
sorprender que un hombre así sea el autor de una de las obras más interesantes
que he visto en el año: Psico/Embutidos,
carnicería teatral. En ella observamos una obra acabada, bien hecha,
propositiva, redonda. Una presentación en donde los desnudos somos nosotros
mientras que las arrugas y marcas visten a los actores.
Pues bien, ahora tuve la oportunidad de ir
a ver Desvenar al Teatro La Caja de
Xalapa. La obra se vende como una epopeya al chile y, en cierto sentido, lo es.
Hace una reflexión acerca de todo (TODO) en nuestro país y la referencia al
chile aparece por descontado, aunque a veces esa todología me parezca un poco
diletante.
Richard Viqueira expone, propone y sufre
en carne viva (y frente a nosotros) una historia de la mexicanidad por el
chile, con el chile y ¡al chile! Separando la puesta en capítulos que intenta
unir con la historia de un triángulo amoroso que explota en el capítulo
dedicado a “El chile en el amor”. La historia, repleta de un humor repetitivo y
casi cliché, aborda el tema del chile en lo social, lo histórico, lo botánico y
el amor, entre otras.
El dramaturgo, así como a Psico/Embutidos, también le ha puesto
apellidos a Desvenar, mole escénico;
esto tiene su referencia en el capítulo histórico, donde los españoles llegan y
se apoderan de todo, tanto del chile (al que ellos llaman ají) como del
chocolate, ambas cosas muy de esta tierra. Entonces, para conservarlas, los
mexicanos los mezclaron y crearon el mole, algo de lo que ya nadie podría
apoderarse, a decir de la obra.
El propio Viqueira, junto con Valentina
Garibay y Ángel Luna, aparecen en escena como la mexicana aguerrida, el
pachuco, que sueña con su casa y se pasa la vida tocando canciones que se la
recuerdan, y el cholo que sólo piensa en ya irse pal norte en la troca y pasar
a las marquetas de verdad, no como las de acá. Se trata de la “Compañía Kraken
Teatro”, con más de 10 años de trabajo ininterrumpido.
Me parece un intento muy loable de tratar
el tema del chile, que sin duda es parte de nuestra identidad nacional; sin
embargo, la obra no alcanza a tener el trabajo o redondez que se observa en
otras. La conjunción entre lo erudito y lo popular es fehaciente y enlaza frases
célebres dichas en spanglish con canciones muy conocidas salidas de la garganta
y la guitarra del pachuco. Como no lo ha tratado ni Paz ni Monsiváis, nos
comentan los personajes que ellos llevarán este recuento enchilado de vida.
Los acentos juegan parte importante en
esta puesta, no sólo los de los tres personajes dados, sino aquellos que imitan
cuando hacen de merolicos, políticos, chilangos y otro montón de caracteres
bien conocidos por nosotros. Amén de una crítica social sobre nuestra cultura
vs. la del norte, que culmina con el Himno Nacional Mexicano cantado al ritmo
de The Star-Spangled Banner a todo pulmón.
Pese a todo, hay detalles que molestan y
no llegan a cuajar. Esa misma crítica social se pierde a ratos y algunas cosas salen
de contexto. Las palabras también cansan y a ratos parece verborrea sin
ataduras; nos invaden los oídos y a veces también se pierde el hilo de lo que
se dice o por qué se dice. Y bueno, quizá fue por el lugar en el que se
presentó pero la iluminación era muy pobre, simple luz amarilla desde un
costado. La escenografía era un recurso bonito pero no le vi mayor utilidad
dentro de la obra. A veces la perdía de vista y no importaba gran cosa.
El uso del chile, morderlo y aguantarlo en
escena es, desde luego, parte de la idea de Viqueira de que hay que actuar en
el peligro, y estuvo bien usado porque todo el tiempo sentíamos ese picor en
los labios de los personajes. Pese a esto, el que escupieran
aguardiente, chile y otras cosas, provocaba una sensación (y olores) no muy
agradable.
El “mole escénico” no sabe rico, sabe
raro, es una plasta que trae de todo y que no alcanzó a cuajar. Excepto que esa
fuera su intención desde el principio, en cuyo caso nos movieron a sentir, a
reír y a terminar con el estómago revuelto e hicieron muy bien su tarea.
El mole me cayó algo pesado, pero seguro que a muchos de ustedes les gusta. Si la ven en cartelera en su teatro local: ¡No se la pierdan!
=)
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