UNA OBRA MUY MEXICANA
LA E.M.P. SIEMPRE PRESENTE
Casandra Ruiz Caro
El hombre es apenas la mitad de sí
mismo;
la otra mitad es su expresión.
Anónimo.
De
un tiempo a la fecha, muchos artistas de la región se han decidido por una
escuela más bien abstracta para expresarse, sobre todo en el Puerto de
Veracruz. Usan esta técnica para expresarse a sí mismos y sus necesidades de
una manera más formal, una manera que permita moldear aspectos diversos de la
pintura en sí, sin que por ello tengan que concentrarse en algún aspecto
figurativo. No así Milburgo Treviño Chávez, quién desde hace más de cincuenta
años se ha decantado por un arte figurativo que está tremendamente influenciado
por la Escuela Mexicana de Pintura y por el grabador José Guadalupe Posada.
Uno
de los cuadros más famosos y grandes de Milburgo es el dedicado a Herón Proal.
Este cuadro de 2 x 1.7 metros es ya un clásico, terminado en 1986.
Imagen 1: Treviño Chávez, Milburgo. Pintura dedicada a Herón Proal. Óleo sobre lienzo. 1986. Colección
Fam. Ruiz Caro.
La
obra de Milburgo ya ha dado vueltas por el mundo, dígase en la Galería de Arte
Moderno en Colorado, Texas (1960), en la Tercera bienal de La Habana ‘89 y en
la Europalia 93 de Bruselas, Bélgica, además de haber participado en la
realización de un altar de muertos en Arequipa, Holanda, en 1996; aunque él
mismo nos dice que su más interesante proyecto ha sido exponer en la Escuela
Nacional de las Artes Plásticas de San Carlos en 1967, pues es el lugar donde estudiaron
los grandes, incluyendo el que fue su maestro por algún tiempo, David Alfaro
Siqueiros. Como este personaje, Milburgo también probó suerte con los murales,
siendo asistente de tres murales realizados en la ciudad y puerto de Veracruz,
dos de mosaicos y uno al fresco.
Durante
sus primeros años, Milburgo muestra una obra clásica, con figuras concretas y
una paleta más bien impresionista, como en su obra Patitos, de 1955, o Junto al
mar, que ronda la misma época.
Imagen 2: Treviño Chávez, Milburgo. Patitos. Óleo sobre lienzo. 1955. Colección particular del autor.
Imagen 3: Treviño Chávez, Milburgo. Junto al mar. Óleo sobre lienzo. 1955. Colección particular del
autor.
Posteriormente
fue delineando su propio estilo, líneas sencillas y las meras insinuaciones de
los rostros, como en el Códice Milbugo,
dónde ya muestra su clásica paleta de colores vibrantes y, como él dice, “muy
veracruzanos”.
Pero
antes de que el códice fuera pensado, en 1986, tenemos el principio, una
pintura donde ya muestra algunos de sus futuros rasgos. La Pintura dedicada a Herón Proal, que descansa en la casa/taller del
artista.
Digo
que es un justo seguidor de la Escuela Mexicana de Pintura porque su paleta en
este cuadro en particular es muy parecida a la de los grandes. Sus rostros
tienen la intención de parecerse a los del muy admirado Diego Rivera.
Imagen 4: Rivera, Diego.
Los
rostros de la Pintura dedicada… son
de gente pobre pero comprometida con los ideales de Proal. No en vano se
muestra la siguiente dedicatoria al costado inferior derecho del cuadro:
El año de 1922.
Recuerdo de el
compañero Herón Proal y
los
inquilinos, íntimos
amiguitos de él y malagradecidos
después de todos los
sacrificios que él hizo por ellos.
El
autor nos cuenta que cuando era chico tuvo el placer de conocer al dirigente,
que le causó tal impresión que años después la culminaría en esta pintura.
Los
colores que utiliza en las ropas de los personajes del cuadro son sencillos,
claros, como aquellos que se necesitan para resistir los calurosos días
veracruzanos. Amarillos, blancos, rosas muy suaves de los niños y jóvenes,
contrastan con el color que algunas mujeres más recatadas llevan, sobre todo
hacia el lado derecho de la obra, en donde una mujer joven con un vestido rosa
oscuro cierra la composición. Atrás, al centro, alguien sostiene la bandera de
México, mientras que a la izquierda y a la derecha se vislumbran las banderas
de huelga rojinegras.
Herón
Proal yace al centro de la imagen, aunque recargado un poco a la derecha, lleva
sendas gafas de sol y pantalón y camisa blancos; una mujer detrás de él está
poniendo el sombrero en su cabeza y en sus piernas descansan dos pequeñas niñas
a las que ha dado el honor de estar junto a su héroe. La del lado derecho es
Claudia, una pequeña que era vecina en el patio de vecindad donde vivía el
maestro Milburgo, la otra es su ahijada Casandra (yoyito) cuando aún era un
bebé. Estas pequeñas llegaron a ser tan importantes en su vida como lo sería el
recuerdo de Herón y decidió plasmarlos a todos juntos.
También
aprovecharía para meter en su pintura a otros personajes allegados a su vida,
como lo es la madre de Casandra, a quién retrato con un vestido lila y de pie
hacia la derecha de la pintura, y también al padre, quién se observa al fondo
como un hombre sonrosado y de gran bigote. Además de su gran amigo, el llamado
Chon Patraca, que entra al fondo a la izquierda de la pintura, hombre moreno y
muy sonriente.
Las
líneas son simples, aunque de trazo seguro, y resalta la mezcla de colores
claros con otros más bien sobrios. Igual que en el movimiento, la pintura tiene
hombres, mujeres y niños de toda raza o color y esto le da un rico distintivo,
valga poner atención también a la anciana del lado izquierdo que, soportando el
calor, está en la lucha junto con Herón.
Es
interesante que la mayoría de los personajes que maneja sean femeninos, pues
eso lo hará a lo largo de su obra y con pocas excepciones, como en Bañistas y el famoso Festín en Los pinos.
Imagen 5: Treviño Chávez, Milburgo. Bañistas. Óleo sobre fibracel. Colección particular del autor.
Imagen 6: Treviño Chavez, Milburgo. Festín en Los pinos. Temple al huevo sobre lienzo. 1996. Colección
particular del autor.
Una
de las características de la Escuela Mexicana es expresar a través de imágenes
realistas las luchas o los acontecimientos importantes para México, esto es
justamente lo que hace Milburgo, expresa la lucha de Proal, aunque en un
momento de calma, un momento de una manifestación social que llevó a la
creación de una organización con ese mismo nombre: Herón Proal.
El
uso de símbolos nacionales también es clásico de la pintura mexicana, y vale la
pena recalcar la bandera mexicana que muestra sus colores al fondo de la
composición.
Además,
por boca propia nos dice sus intereses: “Como artista, lo que me interesaría es
dejar testimonio plástico de la cultura veracruzana pues a pesar de que en mi
localidad habemos muchos pintores, soy el único en avocarme a esta tarea”.
En
la revista Expresión Plástica, 35
artistas en Veracruz; publicada por el Instituto Veracruzano de Cultura y
el Gobierno del Estado de Veracruz, observamos:
También dice Felipe Ehrenberg que
Milburgo Treviño es el pintor de la luz jarocha. Estamos de acuerdo, pero
agregamos que es el pintor de la luz cuando el sol está en el cenit. Y es que
el artista logra captar el deslumbramiento que logra dicha luz no sólo en la
mirada intrépida, sino en el mundo.
Este
sentimiento realista del que dota a sus pinturas también permea a sus escritos,
cuentos que más bien suenan a mini crónicas que realzan su contenido al ser
contadas con la maestría de Milburgo Treviño Chávez. Como ejemplo tenemos el
siguiente texto:
AUNQUE SEA A ÉSTE PELÓN ME LLEVO
Milburgo Treviño
Hoy
me desperté muy temprano, se podía respirar el aire fresco después de la lluvia
nocturna, los carros de pasaje aún no se acababan de lavar y escurría el lodo
opacando la imagen de los pasajeros que seguramente aún iban saboreando la baba
de toda la noche.
Uno que otro con un aliento alcohólico
tan fuerte que el chofer los mandaba hasta los asientos de atrás, porque
estando cerca del motor capaz que se incendian; una jovencita que según sus
padres iba a la escuela pidió la parada y de una manera sigilosa se metió a un
hotelucho de paso, pues entre las sombras de la entrada la esperaba seguramente
su novio, que decepción, seguramente a esa hora comenzaba su clase de anatomía.
Pero volviendo al camión, el chofer refunfuñaba el haberse tenido que levantar
a las cinco de la mañana y salir como la mocha para tomar la ruta, pero se
consolaba porque no llevaba dinero para dar el cambio a los pasajeros
diciéndoles que cuando se bajaran les daría su cambio, cosa que aprovechaba
para quedárselo, pues sabía que a los pasajeros adormitados se les olvidaría y
es ganancia de pescadores.
De pronto tuvo que frenar como Dios le
dio a entender ya que un ciclista se le atravesó. Los pasajeros casi salieron
volando, unos echando madres, otros dando gracias a Dios por no haber sufrido
ningún daño, pero sí despertaron de su aturdimiento. Uno de los niños comenzó a
llorar, no faltó quien dijera: "¡Callen a ese chamaco chillón!", otro
gritó que le dieran su pellejo; el chofer prendió la radio a todo volumen, el
locutor anunciaba el último número de Los Tigres del Norte. Cuando el autobús
llego al mercado comenzaron a bajar poco a poco. Una señora todavía iba rezando
La magnífica, pues como no se la sabia completa repetía nada más la primera
estrofa: "...santifica mi alma señor...". Ya pasaban cerca de dos
horas desde que el chofer había arrancado el carro cuando sintió un calor muy
fuerte que emanaba del motor. Una llama indicó que pronto el carro ardería. El
hombre recopiló el poco dinero que llevaba y salió como alma que lleva el
diablo dejando a los pasajeros que se las arreglaran como pudieran. El griterío
llamó la atención de las personas que por ahí andaban y empezaron a mover
baldes de agua y tierra. Los pasajeros ya habían abandonado el camión mientras
el chofer corría despavorido con su bolsita de dinero.
Como en esta mi ciudad todo se toma a la
ligera, una hora después llegó el carro de bomberos, a las dos horas llego la Cruz
Roja, a las tres horas llego la Policía Municipal, que ni tardos ni perezosos
levantaron al primer pendejo que pasaba por ahí acusándolo de haber sido el que
provocó el incendio. El pobre protestó diciéndoles que no podía manejar porque
tenía una pata de palo, pero igual lo golpearon hasta que confesó que era
corredor de carreras de automóviles y por coraje, porque había perdido el gran
premio mundial de automovilismo, había incendiado el camión; de lo que no se
habían percatado los policías es que este pobre hombre tenía las manos tullidas
por el reumatismo, pero como dice el cuento: Aunque sea a éste pelón me llevo.
FIN
Cuando
Milburgo era pequeño, quedó prendado de una imagen del grabado de La Catrina,
de José Guadalupe Posada, y desde entonces ha buscado el modo de hacer sus
propias catrinas, pero es hace poco más de treinta años que comienza sus rubros
también en la cartonería haciendo los altares de muertos que ahora lo
caracterizan y que ya son obligados los días dos de noviembre en Veracruz.
Tiene
esqueletos de muy variadas formas, algunos que se pueden comparar directamente
con la famosa Catrina y otros que resaltan ese amor exacerbado que siente hacia
su lugar de nacimiento, Veracruz.
Imagen 7: El autor Milburgo Treviño Chávez en su taller junto a su Catrina.
Imagen 8: El autor Milburgo Treviño Chávez en su taller junto a sus
Jarochos.
Él
siente un enorme compromiso social con Veracruz, un compromiso que queda de
manifiesto con sus aseveraciones sobre cómo el Halloween ha venido mermando
esta tradición antiquísima del día de muertos:
Nuestra tradición es muy
distinta, nada tiene que ver con la norteamericana en donde los niños salen a
pedir y si no les das te dan un susto. Para ellos es una fiesta de horror.
Nosotros recibimos a nuestros difuntos para que gocen de nuestros sabores y
olores, es otra sensibilidad distinta.
En
noviembre del 2007 realizó su famoso altar en el World Trade Center de la
ciudad y puerto de Veracruz, donde fue muy aclamado y en donde se ve claramente
como utiliza a las calaveras para plasmar su “jarochismo”.
Imagen 9: Altar de muertos en el World Trade Center en Noviembre
del 2007 por Milburgo Treviño Chávez.
Imagen 10: Altar de muertos en el World Trade Center en Noviembre
del 2007 por Milburgo Treviño Chávez.
=)
Pueden encontrar el blog del artista AQUÍ.
I love your pictures! We celebrate Dia de los Muertos and do a children's altar in Murphys, California and are inspired by your work!
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